Qué es primero?, ¿el huevo o la gallina? -me preguntó
¿el Ponchi cuando bajamos del colectivo.
No le respondí.
Eran las siete y treinta y ocho de la mañana y faltaban seis cuadras para llegar al colegio.
No estaba en condiciones de comenzar una discusión de esa clase, así, con el estómago vacío y medio dormido.
- ¿Qué es primero? -insistió.
- No tengo ni la más puta idea -dije, levantando la voz.
- La gallina.
- Afirmar eso -protesté- implica suponer la existencia de
un dios o de muchos, alguien que haya creado a las gallinas.
- Dios existe -gritó el Ponchi, poniéndose nervioso.
- Si de verdad existe es un reverendo pelotudo -le dije,
dispuesto a poner fin a esa conversación ridícula.
- ¿Te das cuenta Ary? -casi siempre me llama Ary, pocas veces me llama papá-, ¿te das cuenta que estás diciendo malas palabras delante de tu hijo? Yo soy chiquito.
Lo miré con furia.
A éste lo sacudo, hoy, pensé.
- Yo después repito -siguió-, repito las cosas que vos me decís y me retan.
-Está bien, la gallina es primero -concedí.
Íbamos de la mano.
Él pateaba piedritas, botellas vacías, y
yo trataba de no pensar en el día que se me venía encima.
- ¿Por qué no creés en Dios? -preguntó, de golpe, después
de un agradable silencio de dos cuadras y media.
- ¿Y vos por qué creés? -lo provoqué.
- No, decime vos.
- No, vos.
- Vos.
- Vos.
- Vos.
- Está bien -me resigné.
Ya el día estaba rodando, no podía volver atrás, volver a la cama-.
Está bien -repetí-.
Creo que Dios existe pero es torpe, tonto.
Creo que hay muchos dioses y a nosotros nos tocó el menos inteligente, un dios subalterno, del cual los dioses superiores se burlan.
Una divinidad decrépita y jubilada que ya se ha muerto.
- No entendí una mierda -gritó el Ponchi y se soltó de mi mano.
- No digas malas palabras -me quejé.
- Tonto -se defendió.
- Bobo -ataqué.
- Estúpido -dijo él.
- Lindo -dije yo.
- Feo -dijo él.
- Hermoso -dije yo.
- Apestoso -dijo él.
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