Decididamente necesito un cambio y no de color de pelo”.
Así habló Dios a los ángeles en el octavo día.
Descontento con su obra y en medio de una crisis de identidad, el Todopoderoso decidió mudarse y alterar el estado universal.
Dios estaba en una encrucijada.
Por empezar, sabía que no iba a ser sencilla la tarea: ¿cómo cambia de ambiente quien está en todas partes?
- Tu ubicuidad lo hace imposible.
Mudarte hacia la nada sólo significaría extender tus infinitos dominios.
Más que un cambio, un agregado -analizó un ángel.
- ¿No escuchaste hablar de la expansión del universo? - trató de explicar Dios-.
Ahora junto todo esto y...
-al tiempo que habló asió entre sus brazos a la creación entera, la estrujó contra sí, giró sobre su eje infinito y desparramó todo al azar sobre lo que hasta entonces había sido nada.
- ¡Pero qué hacés! -intervino el Espíritu Santo-.
¡Se te cayó un elefante!
Efectivamente, un paquidermo flotaba desorientado, los ojos extraviados en medio de galaxias desordenadas y basuritas siderales.
Como sucede en toda mudanza, Dios perdió cosas en el camino y lo que alcanzó a llevarse lo acomodó distinto.
Harto del orden cosmogónico anterior, su nuevo y desprolijo universo tenía todo el aspecto de un departamento de soltero.
Para el Espíritu Santo -poseedor de la capacidad creadora y conservadora de lo creado- la actitud inconsulta resultó una afrenta.
- ¿Podrías acomodar esas estrellas? ¡Desordenaste las Tres Marías! -le dijo furioso.
- ¡Válgame yo! ¿Las Tres Marías? ¡Ahora también vas a pedirme que me ocupe de Mirtha Legrand! Hacé lo que quieras con las chucherías.
El Cinturón de Orión me lo llevo para colgarlo en el living -Dios estaba como loco-.
Una galaxia por acá, otra por allá y esto...
esto...
ma'sí, esto lo pongo acá arriba y después lo plancho.
¿Qué tul?
- ¿Que “qué tul” me preguntás? Esto es un desastre - replicó el Espíritu Santo.
- A mí me parece divino -dijo Dios mientras disponía el Sistema Solar en orden inverso, ubicando a la Tierra muy lejos del Sol y terminando con toda vida sobre su faz.
- ¡Los mataste!- se indignó el Hijo.
- No es así, los freezé un poco nomás.
¿Es que nadie me entiende? Me cansé de tanto rezo, me cansé de las bacterias y los agujeros negros, de las teorías para explicarme, de Stephen Hawking y de Ray Bradbury.
Quiero estar solo, tranquilo, en el contrafrente del universo.
Quiero un balconcito con plantitas.
Eso, quiero silenciosos vegetales.
Y un poco de paz.
Y tal vez un pez.
Sintiéndose despedidos, los ángeles se agolparon en la entrada de la nueva morada para reclamar por los derechos propios y ajenos.
Satanás trató de intermediar y le solicitó al Altísimo que se pusiera media pila.
- No te escucho, no te escucho -le canturreó Dios tapándose los oídos.
- ¿Te das cuenta lo que esto significa? -insistió el Anticristo- Me condenás a pelearme con vos para reinstaurar el orden universal.
- Yo tengo razones que la razón no entiende -concluyó Dios, y dicho esto cerró la puerta y acomodó los anillos de Saturno para sintonizar su audición preferida en Venus.
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