La sala de reuniones era pequeña en comparación con la fastuosa mesa que ocupaba casi toda la superficie.
La última reestructuración y mudanza obligó a abandonar las oficinas en la calle Segurola (y al veinte por ciento de los empleados), pero Don Ignacio se resistió a vender la mesa.
A las nueve en punto, Don Ignacio abrió la puerta con violencia, golpeando a Sanchez-de-contaduría quien rápidamente aceptó las disculpas.
Al ocupar el sillón de una de las cabeceras, el anciano jefe comenzó su discurso.
-Durante años esta empresa ha sido la rectora de la vanguardia del arte en éste país-comenzó el anciano-.
Desde los comienzos, cuando mi abuelo fabricaba uno por uno los pinceles –dijo señalando al cuadro correspondiente- sacando él mismo los pelos a los gatos, el trabajo ha sido sinónimo de Garmendia Insurralde.
Y eso se reflejó en la gran cantidad de artistas que nos han honrado con su desinteresado apoyo en los momentos difíciles.
-¿Desinteresado? –interrumpió Lopez-de-marketing- le pagamos casi veinte mil dólares a cada uno de esos artistas para que salieran a hablar bien de nuestros pinceles.
-¿Cómo que les pagamos? ¿En qué clase de mercantilismo barato hemos caído? –se preguntó.
-No parece barato.
Veinte lucas por barba… -intervino Apenucho-de-finanzas.
-Es que la gente nunca comprendió el espíritu altruista de mi padre –reflexionó.
-¿Hacer pinceles con pelos de niños pobres es altruismo? –preguntó Apenucho-de-finanzas.
-Esos niños, en sus barrios pobres, sin acceso a la cultura jamás podrían haber llegado a formar parte del mundo del arte de otra manera –defendió Don Ignacio a su familia.
-¿Le parece Don Ignacio? –interrogó Robertoli-de-ventas.
-No sólo me parece, sino que a partir de ahora vamos a retomar la idea de mi padre, pero la vamos a llevar más allá.
Vamos a hacer pinceles con pelos de adictos al paco, de negritas adolescentes embarazadas y de todas las lacras de esta sociedad.
Vamos a llamarla serie GM, por gente de mierda –se puso de pie y sacó su miembro- y si no están embarazadas las negritas, las embarazo con ésta y les hago el favor, así van a cobrar la guitita que les da la conchuda.
-Dale papá, firma los papeles que te dicen los señores y vamos –dijo Nahuel Garmendia Insurralde entrando a la sala de reuniones –y a ver si compran una mesa mas chica, que ésta queda grande acá.
-¡No, la mesa no se vende! –gritó Don Ignacio.
-No, no se vende –lo calmó Nahuel mientras le guiñaba un ojo a los demás.
-Hasta el año que viene –se despidió Don Ignacio mientras su hijo lo ayudaba a salir por la puerta.
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